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El voto emocional prevalece sobre el análisis en las elecciones del 27 de octubre

La decisión de los votantes no se basa en la gestión, sino en el impacto emocional que generan los candidatos.

El voto emocional prevalece sobre el análisis en las elecciones del 27 de octubre

La decisión de los votantes no se basa en la gestión, sino en el impacto emocional que generan los candidatos.

A medida que nos acercamos a las elecciones del 27 de octubre, es inevitable preguntarse: ¿cómo toman sus decisiones los ciudadanos en este contexto? En mi opinión, este acto eleccionario estará marcado por una tendencia clara: el voto emocional prevalecerá sobre cualquier análisis racional de la gestión de los gobernantes.

En circunstancias ideales, las elecciones serán un espacio para evaluar el desempeño de los gobiernos, juzgar si las promesas de campaña se cumplieron, si la economía mejoró, si las instituciones se fortalecieron. Sin embargo, lo que está ocurriendo en esta instancia, y en muchas otras alrededor del mundo, es que las emociones han tomado el control del proceso. El ciudadano ya no parece decidir su voto basado en hechos concretos, sino en cómo los discursos y las campañas logran conectarse con sus miedos, sus esperanzas, sus frustraciones.

Vivimos tiempos de gran incertidumbre. La pandemia, la crisis económica, la inseguridad y los cambios sociales acelerados han generado un terreno fértil para que las emociones se conviertan en el principal motor del voto. En lugar de un análisis sereno de las políticas implementadas, el miedo a lo desconocido o la indignación por problemas no resueltos son las fuerzas que están guiando las decisiones de muchos votantes.

Esto no es nuevo en la política, pero sí parece haberse acentuado en este ciclo electoral. Los candidatos, conscientes de esta realidad, han configurado sus campañas para apelar directamente a las emociones de la gente. En lugar de presentar balances detallados de sus gestiones, vemos promesas y mensajes que buscan generar empatía, miedo o esperanza. Es más fácil conectar con un votante desde la emoción que desde un frío análisis de datos o hechos. Y este fenómeno no es exclusivo de Uruguay: es parte de una tendencia global que ha redefinido cómo se hace política en el siglo XXI.

Sin embargo, este predominio de lo emocional en la política tiene sus riesgos. Al votar impulsados ​​por emociones, corremos el peligro de elegir a líderes que no necesariamente tengan la capacidad o los planos adecuados para resolver los problemas que enfrentamos como sociedad. Las emociones pueden nublar el juicio y hacer que pasen desapercibidos los verdaderos retos y soluciones que se requieren. Y mientras tanto, la política se vacía de contenido real, convirtiéndose en una competencia por ver quién logra generar más impacto emocional, en lugar de quién tiene las mejores propuestas.

Esto nos lleva a una reflexión profunda. Las emociones siempre han sido parte de la política, pero cuando se convierten en el principal criterio de elección, estamos ante una peligrosa distorsión de la democracia. Una democracia saludable se basa en ciudadanos informados que eligen en función de resultados, propuestas y capacidades, no solo en función de cómo los hace sentir un candidato. No se trata de eliminar las emociones del proceso, sino de asegurarse de que estas no sean el único factor que guía nuestras decisiones.

El 27 de octubre será una elección que refleja este fenómeno. Los votantes no necesariamente estarán eligiendo en base a si el gobierno ha hecho un buen trabajo o no. Muchos votarán guiados por la esperanza de un cambio, otros por el miedo a perder lo que tienen, y algunos por la frustración de ver que sus problemas persisten. Es una elección donde las emociones jugarán un rol protagónico, y esto nos plantea una pregunta incómoda pero necesaria: ¿estamos votando por lo que sentimos o por lo que necesitamos?

 

Robert Santurio

Columna de opinión 

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