Uruguay y la economía verde: cómo participa y qué le falta para escalar
El Growth Lab de la Universidad de Harvard acaba de publicar la nueva edición del Greenplexity Index, un ranking que mide la capacidad de 145 países para participar en las cadenas de valor que sostienen la transición energética global. Se trata de un índice que no mide cuántas emisiones reduce un país, sino cuán preparado está para producir los bienes, insumos y tecnologías que el mundo necesita para descarbonizarse. En otras palabras, identifica a los países que no solo adoptan la transición energética, sino que pueden abastecerla.
En este marco, Uruguay aparece en una posición media-baja del ranking global, en la posición 65°, entre Egipto (64°) y Argentina (66°). El país mantiene una presencia estable pero limitada en distintas cadenas verdes: desde 2017, su canasta se compone de alrededor de 180 productos verdes anuales, de los cuales solo unos 10 muestran una competitividad exportadora clara (es decir, exportaciones por encima de lo esperable según el mercado mundial). Para esta nota no sólo analizaremos la posición actual, sino toda la base de productos verdes de Uruguay entre 2017 y 2023 (más de 1.300 registros) y evaluaremos su complejidad, nivel de especialización y su evolución en las cadenas verdes más relevantes. Esto nos permite ir más allá del ranking y entender qué está pasando realmente en la estructura industrial verde del país.
Los resultados muestran que Uruguay participa en varias cadenas vinculadas a la transición energética (baterías, vehículos eléctricos, energía solar y bombas de calor), pero lo hace principalmente como proveedor de insumos básicos, como ciertos polímeros, compuestos químicos, materiales técnicos y productos industriales simples. La complejidad promedio de sus productos verdes (es decir, el nivel de capacidades tecnológicas y de conocimiento necesarios para producirlos) se ha mantenido estable aunque baja entre 2017 y 2023. Esto indica que el país no está avanzando hacia segmentos de mayor valor agregado, donde se requiere ingeniería, diseño, electrónica o manufacturas avanzadas.
La evidencia surge de los datos relevados: los productos donde Uruguay sí tiene presencia competitiva -como polímeros (HS 3904), tubos plásticos técnicos (HS 3917), fricción industrial (HS 6813), scrap de vidrio (HS 7001) o compuestos de goma (HS 4005)- son categorías relevantes, pero no constituyen los eslabones estratégicos de las cadenas verdes globales. En el análisis de largo plazo (2017–2023) estas posiciones cambian muy poco. El país se especializa en insumos que son funcionales, pero que no permiten capturar los beneficios industriales más importantes de la transición energética.
El análisis de las métricas complementarias refuerza esta conclusión. Indicadores como factibilidad (feasibility, la disponibilidad local de capacidades para escalar a actividades más complejas) y ganancia potencial (opportunity gain, la posibilidad de que un país acceda a nuevos productos de mayor sofisticación a partir de lo que ya produce) muestran que Uruguay sí tiene rutas posibles de diversificación, especialmente en química avanzada y equipamiento eléctrico simple. Pero las capacidades aún no se están acumulando al ritmo necesario para dar un salto industrial importante. La foto de esa evolución muestra un ecosistema productivo verde en pausa y sin señales claras de evolución hacia etapas industriales superiores.
¿Tiene algo que ver esto con el tamaño de la economía uruguaya? Aunque el PBI de Uruguay es chico en términos globales, su posición en el Greenplexity Index no se explica solamente por el tamaño. Hay países de escala económica similar o incluso menor -como Eslovenia, Estonia y Lituania, que tienen niveles de PIB comparables al uruguayo- que se ubican mucho más arriba en el ranking. La diferencia no está en el volumen, sino en la densidad industrial y tecnológica que estos países han venido acumulado: cuentan con manufacturas complejas, electrónica, química avanzada y ecosistemas productivos capaces de integrarse en las cadenas verdes más sofisticadas. Uruguay, en cambio, mantiene una estructura mucho más ligera y concentrada en insumos básicos, lo que limita su participación en segmentos estratégicos de la transición energética.
Por último, el contraste con la región es ilustrativo. Brasil es, por lejos, el país más diversificado y complejo de Sudamérica, con fuerte presencia en vehículos eléctricos, baterías y equipamiento industrial. México -referente latinoamericano- participa en casi todas las cadenas verdes estratégicas. Chile y Bolivia lideran en minerales críticos, mientras que Argentina ocupa un punto intermedio, con algunos nichos industriales relevantes (químicos inorgánicos, metales refinados, materiales técnicos y componentes simples utilizados en baterías y equipos eléctricos) pero también sin despegar. En este mapa, Uruguay y Paraguay conforman el grupo de menor complejidad: están presentes en la transición energética, pero desde los segmentos menos estratégicos y más fácilmente sustituibles.
El Greenplexity Index es mucho más que un ranking: nos permite ver la forma en que la transición energética reordena la economía global. Uruguay está dentro del proceso, pero desde los márgenes. Esto quiere decir que tiene capacidades, pero no las que definirán los principales flujos industriales del futuro. Los casos de Eslovenia, Estonia y Lituania demuestran que no es imposible pasar de proveedor de insumos simples a productor de soluciones estratégicas, pero ello requiere desarrollar nuevas capacidades, fortalecer sectores industriales, ampliar la base tecnológica y construir alianzas que permitan avanzar hacia manufacturas de más sofisticadas.
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